En esta ocasión la idea es simplemente subrayar una idea realmente perversa que se encuentra en este film y que puede llegar a pasar desapercibida aún teniendo una gran importancia: Michael Douglas -el multimillonario N. Van Orton- recibe un regalo por parte de su hermano que le cambiará la vida (como sucede en los films de Fincher normalmente: a un personaje le sucede algo extraordinario que le transforma a través de un aprendizaje doloroso). La telaraña tejida por el Fincher y su equipo hacen que dudemos de qué está sucediendo en todo momento, si el juego existe o no, etc. Pero cuando finalmente sabemos que es así, que el juego ha seguido y todo estaba estrictamente calculado es cuando Van Orton se tira al vacío para terminar con su vida, cayendo en una enorme colchoneta marcada con una X y situada en el centro de un enorme comedor de un distinguido restaurante donde le esperan todos sus conocidos para celebrar su cumpleaños.
Lo que parece realmente perverso es la idea de esa X en la enorme colchoneta: esto significa que el individuo que representa Van Orton está completamente calculado en sus posibles respuestas a una serie de diferentes estímulos que en parte dependen también de las decisiones que él tome durante el juego. La idea que esa X subraya es la de que los humanos no son tan libres como creen ser y que hacen aquello a lo que tienden, siendo de tal forma que mediante cálculos se pueda saber qué va a hacer una persona en cualquier situación por crítica que sea. La industria -en este caso la empresa encargada del juego de Van Orton- utiliza sus conocimientos y con ello domina los estimulos y las respuestas de sus actuales o futuros consumidores.
Un horizonte perverso...
Un horizonte perverso...
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